domingo, 30 de mayo de 2010

MIGUEL ÁNGEL MUÑOZ SANJUÁN EN ESMIRNA


El pasado viernes 21 tuvimos el encuentro con Miguel Ángel Muñoz Sanjuán.

Miguel Ángel no mira la figura del poeta como la de un escritor, ni la poesía como un oficio. Antes bien, para él la escritura poética nace de una necesidad y de una determinada manera de juzgar la realidad, lo que la convierte en un acto moral; en una proyección de la propia forma de entender el mundo. Acaso el misma actitud que siempre ha acompañado la creación de toda obra de arte verdadera.


Por otro lado, su poesía, en las antípodas de la confesionalidad intimista, nace casi siempre de algo que le ocurre; de alguna circunstancia que, en lo cotidiano, provoca la conciencia del poeta.

El encuentro estuvo amenizado por el ínclito Paco Sevilla, que, como los dones naturales, apareció en la tertulia describiendo su propia órbita. Al final nos desveló algunas de las claves de Miguel Ángel, y subió a leer algún que otro poema de nuestro invitado.


Con este encuentro concluimos nuestro periplo de este curso. La primera vez que subimos esta entrada, dijimos que en junio haríamos balance y leeríamos nuestras cosas, también en el Pub, y que en julio habría una sorpresa fuera de guión o que, al menos, esa era la idea. Que se trataba de una oportunidad que no queríamos dejar pasar, y que tenía que ver con la presencia en Madrid de un poeta foráneo. Pues bien, más de un mes después nos vemos en la obligacación de rectificar. Debido al mundial de fútbol no ha sido posible reservar mesa para cenar en el Joyce, que ha programado partidos todos los viernes. Por esta razón, nos vemos en la necesidad de aplazar esa cena hasta después del 11 de julio. Por lo demás, nuestra sorpresa foránea voló antes de poner tierra en España y no parará por aquí. Quién sabe, quizás decidió poner rumbo a Suráfrica, lo que no nos parece una mala elección. En fin, otra vez será.

Con la satisfacción por lo vivido este año nos despedimos hasta la temporada que viene.

Un abrazo a todos.

Equipo Esmirna.



Poemas de Miguel Ángel Muñoz Sanjuán:


ATARDECER EN TALATÍ

I

bajo la húmeda higuera
toda la verdad del mundo.
solamente la sangre de la piedra
debe ser dueña
del idioma de los tiempos,
y el sol,
decadente
como una mirada sin historia,
se ofrece
al asombro extranjero de los hombres.

II

con la noche que inicia
su caudal de aullidos,
el aire se puebla
de un perfume inquieto.
la luz deja su huella cálida
entre las sombras,
y una brisa antigua
consigue llenar las manos vacías
de un enmudecido lamento.

En Una extraña tormenta (Colección Fuente de Cibeles, 1992)



A Osip Mandelstam

CORRE el cielo como lo hacen los pensamientos.
Pero la muerte, ¡oh!, la elegida muerte de las horas
Asedia las bocas quietas del silencio.
Ayer nadie pensaba en la locura del cielo,
Pero alguien sabía de ella, como la noche en la memoria.

En Una extraña tormenta (Colección Fuente de Cibeles, 1992)



ESCENAS NEOYORQUINAS

I

al alba, la silueta de los edificios
frente a la luz se hace de hielo,
y quietos, entre semáforo y semáforo,
desde el interior de sus automóviles, los rostros
comprenden lo que ocurre allí afuera
como producto de un mal despertar
o de una extraña tormenta.

II

después de ocultarse aquel sol,
nadie intentó descubrir
quiénes eran los que le rodeaban.
la tarde pareció perderse a sí misma,
y los hombres únicamente fueron
las sombras de los árboles.

En Una extraña tormenta (Colección Fuente de Cibeles, 1992)



A Tobias Wolff


la heroicidad del viento
era quebrar los juncos,
sin derramarlos,
en silencio.

En Una extraña tormenta (Colección Fuente de Cibeles, 1992)



XXIII

Perdido el borde infinito de las noches, ya qué queda amor,
si el solo pensar cómo llamarte
es el lamento inútil de hidroaviones perdidos
reconstruyendo en mi estela
tus últimos labios al sonar de sus motores,
al ulular de las sirenas de tus manos como faros,
al perder las sustancias de tu aliento por anocheceres portuarios.
Ya no habitan palomas el rellano de las escaleras,
ni palabras inciertas el aire de los malecones.
Ya no amor, ya no hay espigones ni ciudades con tu nombre.

En Las fronteras (Calambur, 2001)


7

VUELTA AL HOGAR


He recogido los hayucos del suelo con la premura de un niño.
Efímero tesoro sus cáscaras de bruma y su corazón ya frío entre mis manos.
Grandiosa oración la del bosque que respetó mis pasos.
Silenciosos labios los que me hablaron con sus húmedos ojos como a uno más entre ellos.

Qué pequeño fui cuando supe del valor de un poco de tierra para las hormigas.
Cuánto fui creciendo al compás de las horas cantadas por las rastreras sombras que proyectaban los helechos.

Pregunta tras pregunta se abrieron ante mi alma como huesos que antaño me apuntalaban.
Hora tras hora me dispusieron para saber reconocer en el musgo el camino correcto.

He caminado intentando recordar sus nombres, quiénes eran sus hermanos e hijos.
He grabado entre mis ropas algún testigo para hacerles ofrendas.
He proclamado en mi casa que cada mesa, silla, puerta, dintel, leña o quicio de ventana
son una oportunidad para agrandar este universo.

He descansado, y al unísono ha renacido entre mis brazos la gangrena.
Mañana de madrugada habré de nuevo de empuñar el hacha limpia y afilada.

En Los dialectos del éxodo (Monosabio, 2001)




TERCERA CARTA CONSULAR O PALABRAS PARA EL VIGÍA

Mi desconocido centinela tiene la mirada perdida.
Él sabe que es la mano de otro hombre,
pero qué hombre es el que a mí me toma de la mano,
qué dios o qué pregunta habla con mi boca
del silencio en el que me aposento.

Él nunca ha descendido hasta el suelo,
ni ha escalado la pared del dolor en mi conciencia.
Él desconoce la voz que habita mis pensamientos ya cerrados,
él no sabe que yo tuve un hijo que vive en las tinieblas
y que en sueños he oído el nombre de su alma.
Él no se pregunta por qué un hombre con sus límites de sombra
ha de ser su propia fiebre y su propia espada.
Él no ha sido devuelto al olvido de sus antiguos pasos,
para ser desde ese día el sello acuñado,
el grupo de treinta que no deja tras de sí
más que el calor del futuro, lágrimas.

Él no sabe que no deseo estos ojos para verme morir.
Mi desconocido centinela tiene la mirada perdida.
Él no sabe que yo he de ver el mundo a través de ellos.

Incienso, estirpe del humo y del esparto,
a mis manos ofrezco esta voz
que llueve llagas y plegarias en la lengua de los dioses:
sentidos que sin saberlo
habéis conocido la historia mínima de las constelaciones,
cito día tras día los nombres perdidos
ante la puerta de un corazón,
reclamo hora tras hora una mínima gota de sangre
que en verdad me pertenezca.

Es la carne vuestro mensaje que me llamó con nombre de hombre,
tiempo en el que la soledad me reclamó para comer y ser alimento,
olvido en el que alguien me despertó para su estirpe:
con vosotros creí remediar la podredumbre y sus abismos.

Así sufre mi conciencia,
sabiendo que nunca seré llamado para el regreso.
Escuchar y reconocerme no me reconforta,
pues quisisteis dar pan a mi silencio,
y mayor es la inmensa hambruna sideral que me engulle.
Palabras, espíritu del eco que sin saberlo
me trajisteis a la genealogía de las apariciones.

En Cartas consulares (Calambur, 2007)

2 comentarios:

noticias dijo...

guaaa!! me encanta el blog, siempre encuentro poemas preciosos

Equipo Esmirna dijo...

¡Gracias, Señor Curioso!

Un abrazo.