Hola amigos:
El encuentro con Bárbara no defraudó y todos los que allí estuvimos disfrutamos de una tarde memorable de buena poesía y complicidad entre invitada y asistentes.
Como Cereijo hizo una presentación sobresaliente y precisa, dejamos que sean sus palabras, escritas para la ocasión y que amablemente nos ha cedido, las que resuman lo que pensamos de esta poeta.
Un abrazo a todos.
Equipo Esmirna
El encuentro con Bárbara no defraudó y todos los que allí estuvimos disfrutamos de una tarde memorable de buena poesía y complicidad entre invitada y asistentes.
Como Cereijo hizo una presentación sobresaliente y precisa, dejamos que sean sus palabras, escritas para la ocasión y que amablemente nos ha cedido, las que resuman lo que pensamos de esta poeta.
Un abrazo a todos.
Equipo Esmirna
Presentación de Pepe Cereijo:
Conozco a Bárbara desde hace ya algún tiempo. Coincidimos, en su día, en una lectura colectiva, en la que participaba como una docena de personas. Yo, quién sabe si con injusticia, no recuerdo a los otros; pero Bárbara me llamó inmediatamente la atención. No pude decírselo entonces; afortunadamente, el azar, que no siempre hace mal las cosas, nos reunió de nuevo más tarde, y tuve por fin ocasión de explicarle cuánto me había interesado su poesía.
En cierto sentido, podríamos afirmar que existen dos tipos de poetas. (Y no olvido, al decir esto, la vieja broma: “Existen dos clases de personas, las que dividen a la gente en dos clases, y las que no”). En la poesía de los primeros abundan llamativamente las imágenes, las metáforas, los tropos; para hablarnos de esta realidad, nos están remitiendo continuamente a otras, que funcionan en cierto modo, como quería Eliot, como “correlato objetivo” del aquí y ahora. La poesía de los segundos, en cambio, es parca en imágenes, siempre subordinadas por otra parte al discurso principal.
En el caso del primer tipo de poetas (y dado que no estemos simplemente ante un batiburrillo gratuito, una mera acumulación más o menos mecánica), la imaginación viva que descubren tiene un evidente riesgo: el producirse, como una especie de floración parásita, sobre una base mínima de realidad, que de hecho resulta un simple pretexto para el despliegue virtuosístico de las imágenes. La verdadera voluntad que hay detrás resulta así ser la -un poco infantil, sin duda- de lucimiento: mirad cuántas cosas sé hacer, qué brillante soy, todo lo que se me ocurre. La capacidad de arrastre de ese poder imaginativo es grande, y al riesgo que digo sucumbe, de un modo u otro, la mayoría de este tipo de poetas. El resultado es que esa abundancia imaginativa se nos queda entonces en mera espuma: llamativa, hinchada, desde luego, pero tan frágil que no deja rastro.
Contra ese riesgo, la solución es tan clara en teoría como difícil en la práctica: que el tal despliegue no sea puro lucimiento vacío, sino iluminación de un núcleo firme y preexistente; que la imaginación sirva por tanto, no para fingir un espacio tan extenso y laborioso como superficial, sino para desarrollar una visión del mundo lo bastante sólida y relevante como para que esa riqueza imaginativa le quede sometida, sea gobernada por ella. En otras palabras: que el poeta -o, tal vez más exactamente, el poema- sepa siempre, por más lejos que pueda llevarle la imaginación, cuál es su punto de partida, de qué nos está hablando.
La poesía de Bárbara, a mi parecer, es de esta última clase. Nunca se pierde en el vacío, porque nunca es un simple despliegue de virtuosismo metafórico. Ella sabe, o intuye, lo que quiere decir -quizá mejor, lo que está buscando- en cada momento, y utiliza su formidable imaginación al servicio de esa búsqueda. Tiene, pues, un mundo propio, además de un lenguaje personal para contarlo.
Y por eso sus búsquedas no nos resultan vagabundaje inútil, por eso su decir es pleno y convincente. Sus poemas no son, por tanto, predicados de sí misma, miradas complacientes a su propio ombligo, sino arriesgadas exploraciones de la realidad. De ahí la impresión de convincente hondura que producen; de ahí, también, su autenticidad, su consistencia.
Conozco a Bárbara desde hace ya algún tiempo. Coincidimos, en su día, en una lectura colectiva, en la que participaba como una docena de personas. Yo, quién sabe si con injusticia, no recuerdo a los otros; pero Bárbara me llamó inmediatamente la atención. No pude decírselo entonces; afortunadamente, el azar, que no siempre hace mal las cosas, nos reunió de nuevo más tarde, y tuve por fin ocasión de explicarle cuánto me había interesado su poesía.
En cierto sentido, podríamos afirmar que existen dos tipos de poetas. (Y no olvido, al decir esto, la vieja broma: “Existen dos clases de personas, las que dividen a la gente en dos clases, y las que no”). En la poesía de los primeros abundan llamativamente las imágenes, las metáforas, los tropos; para hablarnos de esta realidad, nos están remitiendo continuamente a otras, que funcionan en cierto modo, como quería Eliot, como “correlato objetivo” del aquí y ahora. La poesía de los segundos, en cambio, es parca en imágenes, siempre subordinadas por otra parte al discurso principal.
En el caso del primer tipo de poetas (y dado que no estemos simplemente ante un batiburrillo gratuito, una mera acumulación más o menos mecánica), la imaginación viva que descubren tiene un evidente riesgo: el producirse, como una especie de floración parásita, sobre una base mínima de realidad, que de hecho resulta un simple pretexto para el despliegue virtuosístico de las imágenes. La verdadera voluntad que hay detrás resulta así ser la -un poco infantil, sin duda- de lucimiento: mirad cuántas cosas sé hacer, qué brillante soy, todo lo que se me ocurre. La capacidad de arrastre de ese poder imaginativo es grande, y al riesgo que digo sucumbe, de un modo u otro, la mayoría de este tipo de poetas. El resultado es que esa abundancia imaginativa se nos queda entonces en mera espuma: llamativa, hinchada, desde luego, pero tan frágil que no deja rastro.
Contra ese riesgo, la solución es tan clara en teoría como difícil en la práctica: que el tal despliegue no sea puro lucimiento vacío, sino iluminación de un núcleo firme y preexistente; que la imaginación sirva por tanto, no para fingir un espacio tan extenso y laborioso como superficial, sino para desarrollar una visión del mundo lo bastante sólida y relevante como para que esa riqueza imaginativa le quede sometida, sea gobernada por ella. En otras palabras: que el poeta -o, tal vez más exactamente, el poema- sepa siempre, por más lejos que pueda llevarle la imaginación, cuál es su punto de partida, de qué nos está hablando.
La poesía de Bárbara, a mi parecer, es de esta última clase. Nunca se pierde en el vacío, porque nunca es un simple despliegue de virtuosismo metafórico. Ella sabe, o intuye, lo que quiere decir -quizá mejor, lo que está buscando- en cada momento, y utiliza su formidable imaginación al servicio de esa búsqueda. Tiene, pues, un mundo propio, además de un lenguaje personal para contarlo.
Y por eso sus búsquedas no nos resultan vagabundaje inútil, por eso su decir es pleno y convincente. Sus poemas no son, por tanto, predicados de sí misma, miradas complacientes a su propio ombligo, sino arriesgadas exploraciones de la realidad. De ahí la impresión de convincente hondura que producen; de ahí, también, su autenticidad, su consistencia.
Poemas de Bárbara Butragueño:
Dejar que la prisa se instale en las uñas, bulliciosa,
como un canto de pájaro apurado
dejar de habitar la luz con esta insistencia de polilla
sabiendo que desde algún lugar me dices aguas
me dices lluvia abejas peces
y retroceder a mi cuerpo ácido de horarios, al tiempo
parcelado en diminutas fechas.
Porque hay una persistencia de ti en todo.
Porque tu olor arma estructuras bélicas sobre mi cama,
lentos círculos de luz que te repiten,
me impongo burocracias y aduanas
me digo prohibido que mis piernas te saliven
y me extiendo recetas ilegibles donde permaneces marea
impertinente permaneces dulce animal venido de la luz.
He de replegar mi sed. Imponerme un horario de ti, una secuencia de oraciones que te invoquen sólo cuando yo lo deseo
porque al poquito de ser enjambre
caigo interminable, caigo fatalmente
enjambre de ti
al poquito de arrancarte de todo cuanto nombras
caigo sobre las heridas de mi cama que aún te exigen
y entro en tu oleaje con pisadas negras
y el ruido de tus ciudades
es un canto de ballena enloquecido.
***
Erigirme isla torre mazmorra
para ser el punto ciego del espejo la ola que no rompe en plenitud
arrancarme el ojo incendiado el ojo brújula
y asfixiar así los insectos de la carne las salivas sublevadas
la sábana que la sed nos anuda a la entraña sin compasión
Porque es tiempo de la siembra y nadie es dueño de la tierra que en silencio se germina
porque el buen soldado siempre muere en el combate y no hay esclavo de mil amos que recuerde el camino de regreso a su castillo
he de erigirme isla torre mazmorra
para poder escupir la fruta madura como el árbol que se mira en su infinita entrega y se sabe grieta abierta entre la calma y el incendio
abandonar al fin el camino que se impone el camino al que llevan todos los caminos de esta ciudad sin cortafuegos dejarlo sin miedo y sin temblor
sin rencor huir de aquello que esperan los que no ven más allá de un centímetro de su piel soldados ciegos peces serviciales que sólo han recorrido en esta vida el trayecto de ida hasta el anzuelo
dejar de ser criatura en tránsito para ser sin comienzo ni fin ni desenlace
porque es tiempo de la siembra y yo no puedo salvar vuestras guerras ni ser lanza ni fusil pero puedo apagar los cronómetros el tic tac de las arterias y no volver a ser despertador sin alba campo en barbecho víscera superpoblada en infinita incandescencia
porque podemos pulir la vida como pulimos el poema
desafiando la inercia de los autobuses el clamor de las hogueras
los falsos señuelos que amordazan y cubren la vida escombro a escombro hasta convertirla en un postre edulcorado en un simple plato apetecible
escupir sobre la falsa libertad que nos entregan
y dejar de ser camastro para ser ofrenda
abandonando los establos el camino al matadero la tristeza de las dársenas la fría geometría del semáforo
y abrir el cielo y las aceras pero abrirlos con la cara con todo el cuerpo como si pudiéramos dejar de ser aquello que nos llama
y llenar la calle de pájaros y ser flor en el invierno semilla que germina en su infinita claridad
ser aunque nos lancen huesos a la cara
aunque en la fosa común haya espacio para todos
ser ciudad de uno
ser a pesar de todo
ser
***
Has entrado en mis ciudades arrasadas
tanteando los objetos con tu hábil mansedumbre
y me miras como quien grita que viene en legión a hacerse himno
a romper mi fuselaje
a temblar con sus dedos la pureza que me queda.
Como si pudieras volverme cierta
me besas rompes las alambradas quemas la cáscara vacía
y hay algo de lumbre en tu mirada algo de bestia delicada con vocación de jungla.
Y te digo sí porque cercas el origen de las sombras y me haces agua y no desierto
porque en tu cuerpo la música es hondura
grieta entre la sal
y dices que vienes a hermanarte en mi fervor como un latido
y lo dices sin terror ni trayectoria
sin cemento ni herrumbre ni egoísmo
ni grandeza inventada ni fractura.
Pulsas mi cuerpo en su oscura transparencia
mi cuerpo sin fuego sublevado ni hueco que me nombra
y ahora limpios los establos por fin soy luz desde la luz
cadáver sin urgencia
tú me haces hallazgo
tú me haces claridad ardiendo el pulso ciego de las cosas.
***
Más en http://chincheta.wordpress.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario